miércoles, 26 de diciembre de 2012

Lilith y Samael

Fulgores de voluntad clamaron nuestro espíritu  el llamado divino que engrandecía nuestros corazones e inducia un profundo respirar, era una sensación inconfundible: el todo poderoso convocaba nuestra presencia en la flor de la creación. Ambos acudimos a su llamado en nuestras mas elevadas manifestaciones, en un solo pensamiento habíamos acariciado el cosmos en nuestro camino hasta su presencia y los coros celestiales reverenciaron nuestro advenimiento, sus príncipes habían vuelto: Lucifer y Samael.

La magnificente cúspide de la creación fue presentada ante nosotros, el hombre y la mujer, eran ahora el crisol de la perfección en su simplicidad, pero aun incompletos. La voluntad divina inspiro nuestras alas acercándolas a los humanos y su existencia bebió de nuestras esencias primigenias, dando lugar al milagro del alma y la vida en ellos. Los celestiales se regocijaron en el jubilo del mas enorgullecedor de los anuncios, pues finalmente podían sentir en todo su ser la plena satisfacción del creador... esa larga era conocida cono "la creación"  finalmente había culminado y un nuevo sueño, un nuevo orden, brillaba en el horizonte.

Durante un suspiro en la eternidad no volvimos a ser convocados ni sentimos su voluntad dirigiendo nuestras acciones y nos confundía nuestra libertad, el silencio sembraba dudas y las dudas temores. Entonces decidimos postrarnos contemplativos de la creación desde los cielos como nos correspondía y así transcurrieron los primeros siglos.

Pero hubo una eventualidad que calo hondo en nuestra curiosidad y contemplanza, pues nuestros retoños perfectos no poseían la sabiduría celestial y la plenitud de sus espíritus se agitaba poderosamente como los océanos en tempestad. Empezaban a distanciar sus pensamientos uno del otro, poco a poco comenzaron a debatir acaloradamente y poco a poco parecían mas inspirados por la ira; hasta finalmente volver tangible su distanciamiento siguiendo rumbos distintos y el paraíso diseñado para privilegiarlos se percibía demasiado pequeño para ambos.

El rencor de la primera mujer se alimentaba con avidez de su propio orgullo, proviendo de voluntad a su decisión y naturalmente su voluntad realimentaba su orgullo al superar los retos más inospitos de los confines del mundo, se saciaba de si misma y su inmortalidad primigenia le mantenía verdaderamente incansable durante los primeros años. Tan distante de la luz misma, las sombras cobran vida bajo el manto nocturno y sus secretos oscuros emergen de entre las tinieblas con curiosidad de la viajera tan ajena de lo sombrío  al menos en aquel tiempo, y asechaban sigilosos como el susurro del viento; demonios quienes desafortunadamente fueron exiliados al verse discapacitados de percibir la voluntad divina y se volvieron ajenos de los objetivos celestiales.

Inmortal no implica ser incansable, solamente inagotable si se quiere. Llevada al extremo de sus capacidades, la primera mujer empezaba a arrastrarse durante su travesía y cada momento se antojaba como una victima aun más deseable para sus vigilantes silenciosos; celosos de su belleza, iracundos ante su gloriosa perfección magnificente que se antojaba a un insulto de sus carencias y discapacidades. Su ira se volvió incontenible, emergieron de las sombras emboscando la doncella divina pretendiendo destruirla, pero su ignorancia les sorprendió al percatarse de su incapacidad para herirla; frustrados, empezaron a arrastrarla con vileza hacia los abismos hasta percibir un energizante néctar radiando desde su victima y los saciaba. Durante los roces podían percibir una sensación deliciosa emergiendo desde su victima, y curiosos de los resultados se empeñaron en corromper todo ápice de la primera mujer experimentando los métodos más viles para poder extraer cuanto les fuera posible de su divinidad.


Incluso desde el séptimo cielo resultaba imposible no mantener ansiosa atención sobre el retoño de mi esencia, agitando tempestivamente todo mi espíritu imperecedero ante las vilezas que corrompían a la primera mujer; un sacrilegio imperdonable al que no se me permitía corregir por la ausencia de la voluntad divina, no podíamos actuar si no nos era inspirado por el todo poderoso. Mis hermanos y más cercanos me aconsejaban imperiosamente para permanecer contemplativo como era supuesto que debía ser, aun sin su tacto sobre mi cuerpo, podía sentir sus voluntades conteniéndome y todos estábamos seguros de que no había modo que lo lograrán sin la voluntad divina inspirando sus fuerzas primigenias... -- Si Dios no me detiene, ¿Por qué no debería hacerlo? --

Ni siquiera en mi deslumbrante sabiduría habría podido comprender como ocurrió, basto simplemente un pensamiento, tal vez inclusive solamente fue necesaria la intención... o aun mucho menos, la insignificante posibilidad de duda... algo de eso basto para arrastrar una fracción de mi espíritu hasta donde la primera mujer. Magnificente e imponente como cualquier texto antiguo podrá atestiguar, un inmenso amanecer descendió de la nada desgarrando la existencia de los demonios y después de un glorioso destello, únicamente quedaron cenizas y el cuerpo inmovil de la primera mujer.

Durante eones inmemoriales no se tenía mayor conocimiento sobre mi verdadera apariencia, aun entre los celestiales se me era visto como un caos viviente de doce alas de ojos y fuego batiéndose unas sobre otras ocultando el nacimiento u origen de las mismas... hasta ese momento, cuando mis brazos emergieron para acogerla y resguardarla. En ausencia de la voluntad divina dirigiendo mis acciones, me empeñe en rehabilitar a la primera mujer, su cuerpo perfecto e inmortal, su mente desvalida en la locura y su espíritu corrompido.

Muchas cosas sucedieron en el paraiso durante nuestra ausencia, pero eso sería parte de otra historia. Al paso de los años llegue a percibir mi espíritu inspirado por algo diferente, algo comprendido como sentimiento, y particularmente un sentimiento de apego y cariño hacia aquella quien había recibido de mi su esencia de la vida; empece a enseñarla en los secretos de la creación, tanto como su simplicidad era capaz de asimilar, aprendió tanto de mi como era posible hacerlo.

Finalmente se entrego a mi del modo que solamente la mujer podía hacerlo, me eligió como único ser valuable para merecer poseerla, pretensión que rechace en un principio tajantemente mientras la astuta inmortal esgrimía su adquirida sabiduría para desmantelar cada razón que yo le entregaba para prohibirlo. Como es bien sabido, "La Mujer se salió con la suya"


1 comentario:

  1. Adoré rememorar a través de tus inspiradoras palabras, el impetuoso pero al mismo tiempo tierno inicio de nuestra existencia juntos. Podrá haber sido un error haberme alejado irremediablemente del paraíso que me vio nacer; haber caído en las tinieblas que corrompieron mi pureza. Pero aquél sendero cuestionable me llevó finalmente hasta tus brazos.

    Te Amo.

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